lunes, 29 de marzo de 2010

El Plantador de dátiles

El Plantador de dátiles… Bucay; Jorge.



Recuentos para Demián- Bucay Jorge.

  • En un Oasis escondido entre los más lejanos paisajes del desierto, se encontraba el viejo Eliahu de rodillas, a un costado de unas palmeras datilares.
  • Su vecino Hakim, el acaudalado mercader, se detuvo en el Oasis a abrevar sus camellos y vio a Eliahu transpirado, mientras parecía cavar en la arena.
  • -¿Qué tal anciano? La paz sea contigo.
  • - Contigo- contestó Eliahu sin dejar su tarea.
  • - ¡Qué haces aquí, con esta temperatura, y esa pala en la mano?
  • - Siembro-contestó el viejo.
  • -¿Qué siembras aquí, Eliahu?
  • -Dátiles-respondió Eliahu mientras señalaba a su alrededor el palmar.
  • -Dátiles!!-repitió el recién llegado, y cerró los ojos como quien escucha la mayor estupidez comprensivamente-. El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo.
  • Ven, deja esa tarea y vamos a la tienda a beber una copa de licor.
  • -No, debo terminar la siembra. Luego si quieres beberemos…
  • -dime, amigo: ¿Cuántos años tienes?
  • -No sé… sesenta, setenta, ochenta, no sé… lo he olvidado… pero eso ¿qué importa?
  • -Mira, amigo, los datileros tardan más de cincuenta años en crecer y recién después de ser palmeras adultas están en condiciones de dar frutos. Yo no estoy deseándote el mal y lo sabes, ojala vivas hasta los ciento un años, pero tu sabes que difícilmente puedas llegar a cosechar algo de lo que hoy siembras. Deja eso y ven conmigo.
  • -Mira, Hakim, yo comí los dátiles que otro sembró, otro que tampoco soñó con probar esos dátiles… Yo siembro hoy, para que otros puedan comer mañana los dátiles que hoy planto… y aunque solo fuera en honor de aquel desconocido, vale la pena terminar mi tarea.
  • -Me has dado una gran lección, Eliahu, déjame que te pague con una bolsa de monedas esta enseñanza que hoy me diste-y diciendo esto, Hakim le puso en la mano al viejo una bolsa de cuero.
  • -Te agradezco tus monedas, amigo. Ya ves, a veces pasa esto: tú me pronosticabas que no llegaría a cosechar lo que sembrara. Parecía cierto, y sin embargo, mira, todavía no he terminado de sembrar y ya coseché un bolsa de monedas y la gratitud de un amigo.
  • -Tu sabiduría me asombra, anciano. Esta es la segunda gran lección que me das hoy y es quizás más importante que la primera. Déjame pues que pague también esta lección con otra bolsa de monedas.
  • Y a veces pasa esto-siguió el anciano y extendió la mano mirando las dos bolsas de monedas-: sembré para no cosechar y antes de terminar de sembrar ya coseché no sólo una, sino dos veces.
  • - Ya basta, viejo, no sigas hablando. Si sigues enseñándome cosas tengo miedo de que no me alcance toda mi fortuna para pagarte…

El cuento está dedicado a todos mis compañeros, para que siempre recuerden el por qué enseñamos… … Cosecha cada día que enseñas… y deja que los demás también recojan tu siembra…

LA TETA O LA LECHE

cuentos de jorge bucay a su hijo demian


.. LA TETA O LA LECHE

Jorge no contaba cuentos todas las sesiones, pero por alguna razón tengo muy presente casi todos los relatos que me contó en el año y medio que hice terapia con él. Quizás él estaba en lo cierto y esa era la mejor manera de recorrer un aprendizaje.
Me acuerdo aquel día en que le dije que me sentía muy dependiente de él. Le conté cuánto me molestaba y cómo a la vez no podía prescindir de lo que recibía de él. La suma de admiración y amor que sentía me parecía que me dejaban muy depositado en el hecho terapéutico y demasiado pendiente de la mirada de Jorge.

Tú tienes hambre de saber hambre de crecer hambre de conocer hambre de volar...
Puede ser que hoy yo sea la teta que da la leche que aplaca tu hambre...
Me parece bárbaro que hoy quieras esta teta.
Pero no te olvides: No es la teta lo que te sirve... ¡Es la leche!.

EL PORTERO DEL PROSTÍBULO

CUENTOS DE JORGE BUCAY A SU HIJO DEMIAN.


EL PORTERO DEL PROSTÍBULO

Cursaba la mitad de la carrera y, como muchos, de repente empecé a replantearme mi decisión de estudiar. Llevé el tema a mi terapia. Yo me daba cuenta de que me presionaba y me forzaba para seguir estudiando.
-Ése es el problema -dijo Jorge-. Mientras sigas creyendo que "tienes que" estudiar y recibirte, no hay posibilidades de que lo hagas con placer y mientras no haya por lo menos un poco de placer, algunas partes de tu personalidad te van a jugar malas pasadas.
Jorge repetía hasta aburrir que no creía en el esfuerzo. Decía que nada útil se puede conseguir esforzándose. Sin embargo...
en este caso yo creo que se equivocaba. Por lo menos sería la excepción que confirma la regla.
-Pero Jorge, yo no puedo dejar de estudiar -dije- yo no creo que en el mundo en que me va a tocar vivir, yo pueda ser alguien si no tengo un título. Una carrera de alguna manera es una garantía.
-Puede ser -dijo el gordo- ¿Sabes lo que es el Talmud?
-Sí.
-Hay un cuento en el Talmud, trata sobre un hombre común.
Ese hombre era el portero de un prostíbulo.

No había en aquel pueblo un oficio peor conceptuado y peor pagado que el de portero del prostíbulo... Pero ¿qué otra cosa podría hacer aquel hombre?
De hecho, nunca había aprendido a leer ni a escribir, no tenía ninguna otra actividad ni oficio. En realidad, era su puesto porque su padre había sido el portero de ese prostíbulo y también antes, el padre de su padre.
Durante décadas, el prostíbulo se pasaba de padres a hijos y la portería se pasaba de padres a hijos..Un día, el viejo propietario murió y se hizo cargo del prostíbulo un joven con inquietudes, creativo y emprendedor. El
joven decidió modernizar el negocio.
Modificó las habitaciones y después citó al personal para darle nuevas instrucciones.
Al portero, le dijo:
-A partir de hoy, usted, además de estar en la puerta, me va a preparar una planilla semanal. Allí anotará usted la cantidad de parejas que entran día por día. A una de cada cinco, le preguntará cómo fueron atendidas y qué corregirían del lugar. Y una vez por semana, me presentará esa planilla con los comentarios que usted crea convenientes.
El hombre tembló, nunca le había faltado disposición al trabajo pero...
-Me encantaría satisfacerlo, señor -balbuceó- pero yo...
yo no sé leer ni escribir.
-¡Ah! ¡Cuánto lo siento! Como usted comprenderá, yo no puedo pagar a otra persona para que haga estoy y tampoco puedo esperar hasta que usted aprenda a escribir, por lo tanto...
-Pero señor, usted no me puede despedir, yo trabajé en esto toda mi vida, también mi padre y mi abuelo...
No lo dejó terminar.
-Mire, yo comprendo, pero no puedo hacer nada por usted. Lógicamente le vamos a dar una indemnización, esto es, una cantidad de dinero para que tenga hasta que encuentre otra cosa. Así que, los siento. Que tenga suerte.
Y sin más, se dio vuelta y se fue.
El hombre sintió que el mundo se derrumbaba. Nunca había pensado que podría llegar a encontrarse en esa situación.
Llegó a su casa, por primera vez, desocupado. ¿Qué hacer?
Recordó que a veces en el prostíbulo cuando se rompía una cama o se arruinaba una pata de un ropero, él, con un martillo y clavos se las ingeniaba para hacer un arreglo sencillo y provisorio. Pensó que esta podría ser una ocupación transitoria hasta que alguien le ofreciera un empleo.
Buscó por toda la casa las herramientas que necesitaba, sólo tenía unos clavos oxidados y una tenaza mellada. Tenía que comprar una caja de herramientas completa. Para eso usaría una parte del dinero que había recibido.
En la esquina de su casa se enteró de que en su pueblo no había una ferretería, y que debería viajar dos días en mula para ir al pueblo más cercano a realizar la compra. ¿Qué más da? Pensó, y emprendió la marcha.
A su regreso, traía una hermosa y completa caja de herramientas. No había terminado de quitarse las botas cuando llamaron a la puerta de su casa. Era su vecino.
-Vengo a preguntarle si no tiene un martillo para prestarme.
-Mire, sí, lo acabo de comprar pero lo necesito para trabajar... como me quedé sin empleo...
-Bueno, pero yo se lo devolvería mañana bien temprano.
-Está bien.
A la mañana siguiente, como había prometido, el vecino tocó la puerta.
-Mire, yo todavía necesito el martillo. ¿Por qué no me lo vende?
-No, yo lo necesito para trabajar y además, la ferretería está a dos días de mula.
-Hagamos un trato -dijo el vecino- Yo le pagaré a usted los dos días de ida y los dos días de vuelta, más el precio del martillo, total usted está sin trabajar. ¿Qué le parece?
Realmente, esto le daba un trabajo por cuatro días...
Aceptó.
Volvió a montar su mula.
Al regreso, otro vecino lo esperaba en la puerta de su casa.
-Hola, vecino. ¿Usted le vendió un martillo a nuestro amigo?
-Sí...
-Yo necesito unas herramientas, estoy dispuesto a pagarle sus cuatro días de viaje y una pequeña ganancia por cada herramienta. Usted sabe, no todos podemos disponer de cuatro días para nuestras compras.
El ex -portero abrió su caja de herramientas y su vecino eligió una pinza, un destornillador, un martillo y un cincel. Le pagó y se fue.."...No todos disponemos de cuatro días para hacer compras", recordaba.
Si esto era cierto, mucha gente podría necesitar que él viajara a traer herramientas.
En el siguiente viaje decidió que arriesgaría un poco del dinero de la indemnización, trayendo más herramientas que las que había vendido. De paso, podría ahorrar algún tiempo en viajes.
La voz empezó a correrse por el barrio y muchos quisieron evitarse el viaje.
Una vez por semana, el ahora corredor de herramientas viajaba y compraba lo que necesitaban sus clientes.
Pronto entendió que si pudiera encontrar un lugar donde almacenar las herramientas, podría ahorrar más viajes y ganar más dinero. Alquiló un galpón.
Luego le hizo una entrada más cómodo y algunas semanas después con una vidriera, el galpón se transformó en la primera ferretería del pueblo.
Todos estaban contentos y compraban en su negocio.
Ya no viajaba, de la ferretería del pueblo vecino le enviaban sus pedidos. Él era un buen cliente.
Con el tiempo, todos los compradores de pueblos pequeños más lejanos preferían comprar en su ferretería y
ganar dos días de marcha.
Un día se le ocurrió que su amigo, el tornero, podría fabricar para él las cabezas de los martillos.
Y luego, ¿por qué no? las tenazas... y las pinzas... y los cinceles. Y luego fueron los clavos y los tornillos...
Para no hacer muy largo el cuento, sucedió que en diez años aquel hombre se transformó con honestidad y trabajo en un millonario fabricante de herramientas. El empresario más poderoso de la región.
Tan poderoso era, que un año para la fecha de comienzo de las clases, decidió donar a su pueblo una escuela. Allí se enseñarían además de lectoescritura, las artes y los oficios más prácticos de la época.
El intendente y el alcalde organizaron una gran fiesta de inauguración de la escuela y una importante cena de agasajo para su fundador..A los postres, el alcalde le entregó las llaves de la ciudad y el intendente lo abrazó y le dijo:
-Es con gran orgullo y gratitud que le pedimos nos conceda el honor de poner su firma en la primera hoja del libro de actas de la nueva escuela.
-El honor sería para mí -dijo el hombre-. Creo que nada me gustaría más que firmar allí, pero yo no sé leer ni escribir. Yo soy analfabeto.
-¿Usted? -dijo el intendente, que no alcanzaba a creerlo
-¿Usted no sabe leer ni escribir? ¿Usted construyó un imperio industrial sin saber leer ni escribir? Estoy asombrado. Me pregunto ¿qué hubiera hecho si hubiera sabido leer y escribir?
-Yo se lo puedo contestar -respondió el hombre con calma-. ¡Si yo hubiera sabido leer y escribir... sería portero del prostíbulo!..